SIETE DE JULIO DE 1932.




Haya de la Torre nos recordaba siempre que los Apristas "no necesitamos ir muy lejos para hallar las tumbas de nuestros compañeros mártires, sobre las cuales jurar lealtad, sentirnos fuertes y reafirmar la fe en nuestro credo".

La opinión pública peruana asocia los orígenes del APRA con el norte del país, especialmente con Trujillo, ciudad a la que se le conoce como la cuna del Apra y de Víctor Raúl Haya de la Torre.
Nuestro querido y recordado Maestro se refería a nuestra ciudad como  Tumba, no en el sentido sepulturero, de entierro o de olvido.
Se refería así de nuestro querido Trujillo, como el Gólgota, como la tumba heroica, porque su seno alberga miles de hombres y mujeres que fueron calificados por él, como buenos y mejores Apristas, porque fueron ciudadanos que sobresalieron por su lealtad y consecuencia, y por ese merito, se encuentran en el altar de los héroes y mártires civiles.

Trujillo, es tumba del recuerdo vivo, es tumba de la memoria colectiva que nos enseña como un pueblo digno se levantó colectivamente para terminar con la tiranía y la corrupción de aquel tiempo; tumba, que fue abonada con el rojo de la sangre de los hijos del pueblo que querían una patria nueva con justicia social de pan con libertad, que, para conseguirla, siguieron el camino que fue señalado por los primeros Apristas que lucharon en la jornada de las 8 horas de trabajo.

Trujillo, es Cuna y Tumba por el valor, por la entrega leal y consecuente de miles de compañeros paridos por ésta tierra bendita; Trujillo, es como dice nuestra canción: "Cuna y fiel morada/ donde nacen hombres guapos y valientes/ como fue Víctor Raúl".

De nuestra tierra liberteña es Cesar Vallejo, nuestro querido vate, aquí pasaron los mejores años de su vida nuestro querido Amauta, Antenor Orrego, los poetas Alcides Spelucín, José Eulogio Garrido, el pintor Macedonio de la Torre, ilustres personajes de la 'bohemia Trujillana', que mas tarde se convirtió en el Grupo Norte, y en el semillero de la generación que soñó y planificó el segundo Ayacucho.

De esa generación es Víctor Raúl y su hermano Agustín o "Cucho", como lo llamó amorosamente el pueblo que lo designó prefecto de la revolución el año 32; de ésta tierra es Manuel Arévalo Cáceres, dilecto alumno de Orrego y de Víctor Raúl, su lema: "fe, unión, disciplina y acción" es el que marcó nuestro derrotero político-partidario. De ésta tierra revolucionaria salió en 1917,el pichón de cóndor, que volaría muy alto, y sería grande, grande, grande", conforme lo anunció nuestro poeta y profeta, Cesar Vallejo.



Pero también, vale la pena recordar quienes fueron los principales actores nacionales que motivaron los actos insurgentes del 7 de julio del año 32, insurgencia popular que apuntaba a terminar con el abuso propiciado por la oligarquía, que organizada en el partido civil y asociada con el militarismo y el comunismo criollo, jugó un rol nefasto en las décadas de los treinta y las décadas siguientes, esperamos que esa alianza perversa haya sido la última, conforme lo dijera Juan Velasco Alvarado, cuando dijo "que nuestras Fuerzas Armadas, habían sido utilizadas como fieles guardianes para cuidar los intereses de la oligarquía", originando así, más de cincuenta años de cárcel, persecución, destierro y asesinatos, contra militantes distinguidos del Partido Aprista.

Los años de la gran persecución fueron dolorosos, y por ahora, voy a resaltar la figura dos grandes lideres y Mártires del Aprismo, la del autodidacta Manuel Arévalo Cáceres, obrero y constituyente, que fuera asesinado el 15 de febrero del año 1937 -a quien, Víctor Raúl, destinó la jefatura del partido en caso de su muerte- y de Luis Negreiros Vega, obrero tranviario, asesinado a balazos en la Av. Petit Thouars, el 23 de marzo de 1950, cuando se encontraba en pleno ejercicio  de la secretaría general del PAP y de la Gloriosa CTP. Como olvidar la reunión previa al asilo de Haya de la Torre, a finales de 1948, y el presagio de sus palabras, "tú eres el Jefe, vive, los muertos, también sabemos esperar".

Trujillo 32, representa la consecuencia y la lealtad institucional que cada militante le debe al Partido del Pueblo y a Víctor Raúl Haya de la Torre, nuestro Jefe y Conductor.

Pero al recordar ésta heroica fecha, nos tiene que obligar a reflexionar profundamente sobre el sacrifico que hicieron nuestros queridos mártires, y por eso, es que es de suma importancia separar la paja del trigo y reconocer que vivimos una seria crisis interna, el rechazo electoral que sufrimos del pueblo peruano, es por la mala conducta de algunos infiltrados, de algunos judas y lobos vestidos con piel de cordero que aún se encuentran en nuestras filas, y que por culpa de ellos, el pueblo nos ha castigado negándonos sus votos.

Las vidas que entregaron nuestros mártires a partir de 1923, y las que siguieron el año 1932, como las que se perdieron en manos del terrorismo en las décadas de los ochenta y noventa, tiene que significar para nosotros, el compromiso de iniciar la gran limpieza dentro de nuestro partido, porque el APRA es una sola y no la pueden dividir desde dentro los malos elementos que están señalados por el pueblo, aquellos que se escudan en nuestras filas antimperialistas y revolucionarias; esos "señores" que llegaron con la única intención de hacer fortuna, de defender intereses personales, de grupos o de familias, y que no les interesa para nada nuestro partido y su legado histórico, esos infiltrados, tienen que ser echados de nuestras filas.

Todos los viejos apristas sabemos, y los jóvenes de hoy, deben saber también, que Manuel Barreto Risco, el Chalaco Anarquista que llegó a Trujillo a beber en los cañaverales de Laredo el legado doctrinario de nuestro partido, que junto con nuestros hermanos del campo asumió el compromiso con la historia para levantarse contra el tirano de turno, no puede ser un brinco al vacío. Las vidas de Alarcón Vidalón, de Salomón Ponce, de Arévalo y Negreiros, de Tomas Solano, de Gregorio Zavaleta y Fidel León, como la de miles de peruanos que sufrieron cárcel, que vivieron y murieron pobres, como Alfredo Tello Salavarria, que siendo estudiante de letras y preceptor, en pleno fragor del combate asumió la comandancia de la revolución; o de Jorge Idiáquez Ríos, lugarteniente, primero de Búfalo Barreto, luego de Tello Salavarria, que al año siguiente fuera convocado por el Partido para convertirse en el secretario leal de Haya de la Torre. Estos ejemplos de vida queridos compañeros, no pueden ser en vano.

Parafraseando al poeta Inglés, William Ernest Henley, diré que todos ellos cumplieron "como amos de sus destinos y capitanes de sus vidas", el encargo que el pueblo y el Apra les había entregado, dar todo y no pedir nada, a cambio de libertad y democracia para nuestra patria. Así murieron prestigiando el encargo y los cargos que el pueblo les entregó: 'Búfalo', como comandante revolucionario, Phillips, con su predica religiosa antes de morir, "Solo Dios salvará mi alma y sólo el Aprismo salvará al Perú", el Mayor, Raúl López Mindreau, el Comandante, Gustavo Jiménez, el Comandante del frente la Floresta, Fidel León, que enfrentó la muerte sin venda en los ojos, cuya predica antes de morir fusilado quedó grabada en nuestras mentes y corazones, Domingo Navarrete; Morales, el estudiante Sanjuanista que mantuvo a raya a los soldados desde los ficus de Mansiche. Los mártires Tomas Solano, Gregorio Zavaleta y Félix Díaz Vergara (Diego de Almagro), que injustamente fueron al patíbulo y entregaron sus vidas; los Tigres de Laredo y los Leones de Casa grande, campesinos, que machetes en alto siguieron el heroísmo de Remigio Esquivel Diestra, capitán de los hombres del campo, y porque no mencionar, a los bravos y leales compañeros de Moche.

Pero también, hay que resaltar el ejemplo que nos legaron los que sobrevivieron a la muerte: como Alfredo Tello, Jorge Idiáquez, Orfilio Sagastegui, Pipa Azabache, Ureña, Jorge Carrasco Puglisevich, Walter Cruz Vilca, José Alberto Tejada, los hermanos Quiroz Loaces, José Asmad Silva, Vicente Fernández, María Luisa Obregón Sarmiento, Agripina Mimbela y Juvenal Ñique Ríos, entre tantos y tantos dignos compañeros. Todos ellos, entregaron sin miramiento su juventud por los ideales de la gran revolución.














Chan Chan, capital de la cultura Chimú, es la ciudad de barro mas grande del mundo, y su inmenso corazón, guarda celosamente los hechos e historias mas hermosas y bellas, todas ellas, llenas de amor y ternura, llenas de lealtad, de valentía y heroísmo. Historias que fueron escritas por jóvenes y veteranos, a los que sus verdugos, en la soledad de las madrugadas los hacían cavar sus propias tumbas; como no admirar a nuestros hermanos que tatuaron esos muros milenarios con la sangre que brotaba de sus heroicos cuerpos y que no le temían a la muerte.
Como no recordar con reverente respeto a los mártires cuyos cuerpos fueron destrozados por las balas que terminaron con la vida de nuestros bravos y valientes compañeros -que lucharon por la justicia social de pan con libertad- como no sentir orgullo de su valentía y dignidad cuando enfrentaban a la muerte sin llanto, sin quejas, sin resignación.
Como no recordar el juramento de honor de nuestros combatientes, y admirarlos; lo que hoy día es un eslogan, para ellos, fue el fiel cumplimiento de su juramento de lealtad, ¡El Apra nunca muere! o ¡aprista hasta la muerte!.
Como no sentir orgullo de su valor y optimismo, si al salir de las mazmorras rumbo a los paredones iban cantando victoriosos y convencidos de que sus muertes no iban a ser en vano; como no sentirnos orgullosos de ellos cuando en las noches solitarias, alumbradas por las estrellas mágicas del firmamento liberteño, y en el silencio del amanecer trujillano, se escuchaba el eco poderoso de los gritos rebeldes ¡Viva el Apra carajo! ¡Viva Haya de la Torre!.
Como no temblar de emoción al recordar las voces de nuestros queridos hermanos que partían al mas allá, ¡voces alegres y valientes, llenas de optimismo, cargadas con los sueños eternos de que algún día en nuestras tierras la revolución se haría realidad!

La revolución Mexicana de noviembre, de 1910, tuvo a Francisco Madero como líder indiscutible del proceso y con el estuvieron personalidades importantes, como Venustiano Carranza, Francisco Vásquez, Luis Cabrera y José Maytorena, pero en aquella gesta libertaria, Pancho Villa en el norte y Emiliano Zapata en el sur, fueron los Comandantes que los campesinos designaron como lideres para consolidar la lucha contra el gamonalismo que representaba el General Porfirio Díaz; como nos recordaba Víctor Raúl, aquella gesta fue una revolución social, agrarista y antirreeleccionista, principios que se convirtieron en artículos de la constitución de 1917, y que formaron parte de la inspiración y admiración de las luchas sociales que se iniciaron colectivamente a partir del año 32 en nuestra patria.

Este siete de Julio, celebramos con admiración y respeto aquel levantamiento popular, aquella insurgencia social, no es intención hoy día, generar acusaciones a nuestras fuerzas armadas y policiales. Víctor Raúl, en su discurso del veto, pronunciado el 4 de julio de 1962, dijo: “En nuestro programa, desde 1931, a nuestras FF. AA, el Aprismo les ha concedido siempre gran importancia, y jamás se encontrará documento alguno que agravie a nuestro Ejercito, Marina, Aviación o a la Policía, por que cada miembro de esas instituciones, son carne de la carne y sangre de la sangre de nuestro pueblo, por que para nosotros, cada soldado que muere es un mártir en la paz o en la guerra”.

Todos debemos saber compañeros y no debemos olvidar jamás, que así fue la vida de nuestro partido, de nuestro Jefe, guía y conductor, Víctor Raúl Haya de la Torre, el Timonel del Apra, el Hombre que vivió y murió humildemente, que lo único que hizo en su vida fue servir al pueblo; es el hombre que nunca se quejó ante el dolor y la adversidad, que luchó toda su vida por la justicia social de pan con libertad, que su lucha la hizo con alegría y optimismo; no debemos olvidar, que Haya de la Torre es el Hombre de la revolución de los espíritus, del gran cambio y de la gran trasformación. Así lo tiene registrado para eternidad la historia.

Gloria eterna a los primeros combatientes que cayeron aquella madrugada del siete de julio, gloria eterna a nuestros mártires que supieron morir con dignidad:
A Manuel Barreto Risco, a Víctor Garay, a Teófilo Flores Terrones, a Alejandro Monzón Castro, a Víctor Salvador Valverde, a Artemio Chávarri, a Eligio Vera Zaré, a Augusto Valera, a Cesar Castillo, a Jorge Acosta, a Agustín Mosqueira, a Eduardo Velezmoro, a Enrique Olguín, a Julio Sánchez, a Víctor Eloy Calderón, y a Felipe Gonzáles.

Para terminar, quiero recordar con ustedes lo que nuestro querido Maestro decía: "¡Viva el Apra, viva la vida, y después de muerto que viva la revolución aprista!"

Y esto, hay que decirlo con alegría, con mucha fe y optimismo queridos compañeros, porque Fidel León, el viejo comandante revolucionario del frente la Floresta, no se equivocó, cuando dijo que de cada gota de sangre que brotaría de su cuerpo, nacerían miles y miles de apristas, porque el mensaje religioso de Carlos Phillips: Solo Dios salvara mi alma y solo el Aprismo salvara al Perú, siguen latiendo en cada uno de nuestros corazones; porque además, todos estos anhelos, se harán realidad si cumplimos con el mensaje de Manuel Arévalo Cáceres: fe, unión, disciplina y acción.

Y la juventud, que es la vanguardia de nuestro Partido, es la heredera natural de la autentica revolución que Haya de la Torre sembró en la conciencia y en el espíritu libre de los jóvenes de ayer, de hoy, y siempre.
Esta, es la herencia mas hermosa que nos dejo el mejor político del siglo XX.
Viva el Apra!

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