Recordando
a Gabriel García Márquez.
Por: Luis
Alva Castro.
La partida a la inmortalidad de Gabriel García
Márquez este 14 de abril viene siendo motivo de justificados homenajes de
escritores, personalidades de la cultura y hombres de Estado de todos los
rincones del mundo. Sus libros fueron traducidos a todos los idiomas y muy en
particular su genial novela Cien años de
soledad, publicada en 1967, ha sido considerada por la Real Academia
Española de la Lengua como una de las obras literarias fundamentales de nuestro
idioma, equiparable al Quijote de Cervantes.
El famosísimo
Gabo viajó mucho y estuvo presente en innumerables presentaciones de libros,
homenajes culturales e incluso actos políticos. En todas estas circunstancias
expresó su preocupación por los pobres de la ciudad y el campo de América
Latina e hizo tangible su solidaridad con quienes luchaban en nuestro
continente contra dictaduras, como era el caso del pueblo chileno contra el
tirano Pinochet. Apoyó también causas de interés continental como la soberanía
panameña sobre el canal, la reducción de la deuda externa, la recuperación de
las Malvinas por Argentina y la independencia de Puerto Rico.
Me incluyo entre
las personas que por estos azares de la política pudo conocerlo y disfrutar de
su conversación en algunas valiosas oportunidades. Una de ellas fue en 1987, en
la ciudad de México, con motivo de la publicación de un libro de Anselmo Sule
Candia, líder del Partido Radical de Chile que estuvo identificado con el
gobierno de Salvador Allende y sufrió prisión y exilio. El libro, titulado Testimonios de lucha por la democracia:
Chile, América Latina y el Caribe fue motivo para que García Márquez
exprese con prístina elocuencia sus ideas sobre democracia y justicia social. Otro
encuentro importante fue en junio de 1990 en La Habana. Allí Gabo pudo alternar
con una delegación de jóvenes apristas que acudían a visitar la isla. Su
amabilidad y su sencillez dejaron honda huella en los presentes. De ambas
ocasiones conservo fotografías y gratos recuerdos. Hubo también otros
encuentros breves, que podré referir en los próximos días.
Hablar directamente con Gabriel García Márquez me
ilustró sobre algunos datos que están presentes en sus memorias pero cuyo
significado es más trascendente todavía para quienes profesamos el aprismo. Me
refirió en una ocasión que sus inicios en el periodismo estuvieron relacionados
con su admiración política por el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, amigo de
Víctor Raúl Haya de la Torre y defensor de ideas integracionistas similares al
APRA. El 9 de abril de 1948, siendo candidato presidencial, Gaitán fue
asesinado y la indignación popular se expresó en el llamado “bogotazo” que
paralizó la capital colombiana. García Márquez sufrió las consecuencias de sus
simpatías por el líder radical y tuvo que interrumpir indefinidamente sus
estudios universitarios y mudarse a otra ciudad. Fue durante el “bogotazo” que
García Márquez conoció a un dirigente universitario cubano que también ejercía
el periodismo y acompañaba a Jorge Eliécer Gaitán en sus actividades
electorales. Su nombre era Fidel Castro Ruz.
Otro dato interesante es que si bien el genial Gabo
tuvo una especial cercanía hacia Fidel Castro y la Revolución Cubana, nunca se
consideró militante comunista aunque sí partidario de la justicia social y del
antiimperialismo. Es más, la prensa internacional destacaba mucho su vínculo
con Castro sin mencionar que tuvo también una permanente amistad con el
presidente estadounidense Bill Clinton, quien en 1995 levantó la prohibición de
otorgarle visa que existía en los EE UU contra el escritor. Clinton dijo en
muchas oportunidades que Cien años de
soledad era su novela favorita y García Márquez el escritor que más
admiraba.
Fue también
muy amigo del presidente francés socialista François Mitterand, quien le otorgó
en 1981 la Legión de Honor, la más alta condecoración de ese país.
Lamentablemente, apenas volvió de recibir dicha distinción en Francia, el
gobierno de Julio César Turbay Ayala lo acusó equivocadamente de financiar al
grupo guerrillero M-19. Desde entonces vivió en exilio permanente en México,
lejos de su tierra natal, volviendo a Colombia en breves ocasiones según las
circunstancias políticas se lo permitían. Esta situación no le impidió seguir
influyendo en la política colombiana. No olvidemos que García Márquez fue el
principal mediador para las conversaciones de paz entre la guerrilla colombiana
y el Estado de su país, que empezaron a ser consideradas durante el gobierno de
Andrés Pastrana, hacia 1998, pero recién se hicieron efectivas el 2012, bajo el
gobierno de Juan Manuel Santos.
Expreso
estos recuerdos para que todos tengamos un perfil más completo del genial
literato que acaba de dejarnos. No solo fue un gran narrador, dramaturgo,
guionista de cine y periodista. Fue un hombre de su tiempo de ideas muy claras
y de hondo compromiso con la justicia social en nuestro continente.
Tengo en muy
alta estima dos trabajos de García Márquez que recomiendo encarecidamente
leerlos a los compañeros apristas, sobre todo a los jóvenes. El primero es su
discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de 1982, titulado La soledad de América Latina. Es una
bella descripción de nuestra realidad continental, sus contrastes y sus
problemas, que coincide plenamente con nuestros ideales indoamericanos. Todos
deberíamos leer y conocer a fondo este discurso.
Un segundo
texto que recomiendo es la breve novela publicada en 1989, El general en su laberinto, basada minuciosamente en datos de los
últimos meses de vida del Libertador Simón Bolívar, hilvanados con una belleza
narrativa conmovedora y con una gran sensibilidad del novelista hacia el
significado continental de la misión del Libertador.
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